SINOPSIS:
¿Y si la vida te golpea con solo diez años? ¿Y si los que te quieren
te culpan por ello?
En ese caso, aprendes a sobrevivir, aceptando las carencias y penurias
como pago de esa responsabilidad. Así es la vida de Samara, que malvive con un
único objetivo; evitar el destino que acecha a su hermana, que no es otro qué…
el que ella misma padeció.
Fernando se cruzará en su camino, convirtiéndose en una pieza clave en
su propósito, y además, derribando todas las barreras a las que Samara se
aferra para protegerse de ser herida por sentimientos y sensaciones engañosas.
Un madrileño de paso por Salamanca, que despertará en ella lo que tanto teme.
Pero la negativa de ella a aceptar lo que siente, unido a los
acontecimientos y malentendidos… hará que lo vuelva a perder todo.
¿Sobrevivir? ¿Vivir?
Samara… ya ha tomado su decisión.
«Una sobrecogedora historia que no te dejará indiferente»
Prólogo
La vida.
Dicen que siempre te da lo que mereces, que cada uno
cosecha lo que siembra, que todo lo malo que provocas lo acabas pagando.
Hubo un tiempo en el que no paraba de preguntarme
qué era lo que había hecho mal para recibir este castigo, porque esta vida que
me ha tocado vivir tiene que ser el pago de alguna deuda que ignoro.
«¿Cómo pueden cambiar tanto la vida de algunas
personas?»
Siempre hay algo que lo desencadena y arrasa a su
paso con todo, pero nada tiene que ver con lo que mereces, siembras o la maldad
que hayas podido provocar.
«¿Qué mal podía haber hecho yo con solo diez años?»
Sí, esa es la edad en la que mi vida se convierte en
un infierno en el que intento sobrevivir día a día.
A mis casi veintitrés años, puedo decir que ya estoy
cansada de vivir, de luchar contra viento y marea para poder seguir adelante.
La desgracia devoró nuestra familia sin
contemplaciones, sin previo aviso, de un día para el otro. Y a esa temprana
edad, yo conocí lo que es la culpabilidad, la soledad, la tristeza y la
pérdida. Ese fatídico día, que me persigue y no puedo olvidar, todo acaba. El
amor de un padre que me consentía, el amor de una madre que me cuidaba y
mimaba, el amor de una hermana que me acompañaba e idolatraba.
«¡Te echo tanto de menos, Noa!»
El día que te fuiste te lo llevaste todo, me dejaste
sufriendo las consecuencias de tu pérdida, no sabes las veces que he querido
cambiarme por ti. Me siento muy responsable de lo que sucedió, y créeme cuando
te digo que lo estoy pagando. Espero que estés donde estés me puedas perdonar,
porque yo no puedo y los demás tampoco. Nuestra madre me lo recuerda en cada
cruel encuentro que tenemos, nuestro padre no pudo soportarlo y nos abandonó a
nuestra suerte. No he vuelto a saber de él.
Sé que fue un accidente, pero tú solo tenías siete
años y yo diez, era tu hermana mayor y tenía que haber cuidado mejor de ti.
Nuestros padres fueron los primeros en culparme de tu desgracia, y yo los creí.
Desde entonces cargo con estos sucesos que cada vez pesan más sobre mi espalda,
y aunque han pasado trece años no puedo evitar sentirme responsable por lo que
te sucedió.
Tengo que ser fuerte, para proteger a Yanira y
cuidarla como no lo hice contigo. Por ella seré capaz de soportarlo todo,
porque se merece la vida que nos robaron a ti y a mí.
Intento que tenga una vida normal, que no sufra las
deficiencias que tuve que soportar yo después de tu ausencia, pero estando con
ella sé que eso no será fácil.
Solo tiene ocho años y ya empieza a darse cuenta de
muchas cosas. Cuando pregunta por qué no tiene un padre no sé qué decir, fue
fruto del alcohol, las drogas y la promiscuidad de la que llama «mamá», ¿cómo
va a entender eso? A pesar de todo, yo intento que no le falte de nada, ni
material, ni emocional.
Capítulo 1
Llevamos horas poniendo copas y no damos abasto. El
bar está abarrotado y no logro ver la barra de enfrente por la cantidad de
gente apiñada que hay entre ambas.
Marcos me guiña un ojo, a la vez que se coloca los
cascos y sigue pinchando música, sonrío y me apresuro a poner copas mientras
coqueteo con los clientes.
El bar es grande y majestuoso, consta de: dos barras
en las que ahora mismo estamos ocho camareros, la cabina del pinchadiscos, donde
mi jefe Marcos nos deleita con la música que es atronadora, y un escenario de
tarima enorme para actuaciones en directo. En estos momentos lo llena una
despedida de soltera, van disfrazadas de… «¿Pero qué llevan de diadema? ¿Penes
que lucen?» Sacudo la cabeza, entorno los ojos y vuelvo a centrarme en servir
copas.
Todo el mundo grita, intentan captar la atención
llamándote de mil formas diferentes, no siempre buenas por supuesto. Ignoro los
insultos y los comentarios ofensivos.
La hora del cierre se acerca, es el momento de la
noche que menos me gusta, la gente va pasada de copas y no aceptan que sea la
última. Quieren seguir bebiendo y divirtiéndose, no en vano, Salamanca patenta
la fama de un animado ambiente nocturno. Miles de estudiantes universitarios
disfrutan de ello, sin olvidar a los propios salmantinos y a los turistas. Todo
el que viene a Salamanca quiere conocer y vivir su fiesta, sin importar el día
de la semana que sea.
—¿Has visto el grupito de tíos buenos de la esquina?
—me grita mi compañera Rocío al oído—. Uno no te quita ojo, ¡está buenísimo!
Me río con ella, siempre está igual, le encanta
coquetear e ir a la caza de tíos buenos.
—Deja esas tonterías y atiende a esos, que están a
punto de saltar la barra —digo haciendo un gesto con la cabeza hacia donde se
encuentran los alborotadores.
—Voy. —Se estira la camiseta para enseñar más el
escote—. Pero, ¡ese tío no te quita ojo!
Contoneándose llega hasta los clientes impacientes y
les sonríe coquetamente. Cabeceo riéndome al ver su actitud y sigo trabajando.
A la hora del cierre los guardias de seguridad
indican a la gente que vayan terminando sus copas, y el bar se va desalojando.
¡Por fin!
Pedro, mi amigo de toda la vida, también trabaja
aquí de camarero, no por necesidad como es mi caso, sus padres le costearon
todos los gastos y tiene la suerte de haber podido estudiar una carrera. Según
él, así se saca un dinerito para sus caprichos, pero yo creo que está aquí por
mí, porque sé que gana suficiente dinero haciendo páginas web para empresas. Siempre hemos estado muy unidos y es el único
que conoce el drama de mi vida, sea como sea, yo agradezco tenerlo cerca.
Ya solo quedan unos pocos rezagados.
Mientras cargo las cámaras y coloco los vasos, veo
que el grupito de la esquina del que hablaba Rocío es uno de ellos. Son seis
hombres trajeados que mantienen una acalorada discusión, imagino que de
negocios. Uno de ellos me mira y sonríe. Es alto, delgado, moreno y muy guapo.
Le respondo con una de mis fingidas sonrisas y vuelvo a centrarme en el
trabajo.
Estoy de espaldas reponiendo las botellas que faltan
en la estantería cuando unos brazos me dan la vuelta, para abrazarme y besarme
en la mejilla.
—¡Felicidades! —grita Marcos, mi jefe, cuando
termina de besarme—. Ya sé que no te gusta celebrar tu cumpleaños, pero…
Pedro aparece con una tarta con sus respectivas
velas encendidas, veintitrés para ser exactos. Le lanzo una mirada furiosa,
pero él se encoge de hombros y articula un lo siento. Sé que lo hace de
corazón, así que me olvido del enfado y sonrío.
Todos saltan sobre mí, me felicitan, me besan, tiran
de mis orejas. Es por esto que no me gusta mi cumpleaños, todos celebran tu
nacimiento, y yo no soy merecedora de dicha celebración.
—¡Piensa un deseo y sopla, Sam! —chilla Rocío
saltando y dando palmaditas.
A sus diecinueve años su alegría e inocencia son
envidiables. Es rubia, con ojos azules y una buena delantera a pesar de su
delgadez, que ella saca partido en cuanto le es posible.
Soplo, pero no pienso en ningún deseo, es inútil, en
mi caso la vida, y lo sé por experiencia, no me recompensa con nada bueno.
Todos aplauden, yo recorro el bar con la mirada para
ver quién está siendo testigo de este espectáculo, pero ya no queda ningún
cliente y suspiro de alivio.
—¡Luis, pon unas copas! —le pide mi jefe, que es un
encanto, a uno de los camareros—. Hay que celebrar una buena noche, el trabajo
bien hecho y el cumpleaños de Samara. —Me guiña un ojo—. Mientras tanto, yo voy
preparando vuestras pagas, pasar por la oficina antes de marcharos.
Para no ser desconsiderada decido tomarme una copa
rápida e irme a dormir. Mañana libro en el hotel y quiero aprovechar para
descansar. Los días que me coinciden trabajar en ambos sitios son agotadores.
En el hotel trabajo todos los días, excepto los dos que libro a la semana, que
son diferentes porque se van turnando. Y en el pub Egea de jueves a domingo. Los horarios son compatibles pero el
esfuerzo es máximo y el descanso escaso, aún así no llego a final de mes. Las
necesidades de Yanira son cada vez mayores y María siempre me pide más.
Cuatro copas después me dirijo tambaleante y
chispoleta al despacho de Marcos.
—Marcos, ya me voy —digo, mientras más que sentarme
me desparramo en la silla que hay frente al escritorio, donde mi jefe está
enfrascado con los números.
—Samara, soy tu jefe. —Me mira serio—. Pero también
soy tu amigo. Si necesitaras algo, ¿me lo dirías? —Extiende el sobre para que
lo coja.
—¡Claro! —exclamo risueña, debido a la cantidad de
alcohol que llevo en el cuerpo, y miro dentro del sobre—. Te has equivocado,
aquí hay cien euros y son cincuenta por noche.
—Lo sé —dice serio.
—Sabes que no acepto limosnas, solo quiero lo que me
he ganado.
Todo rastro de la alegría provocada por las copas desaparece.
—No se trata de ninguna limosna, es mi regalo de
cumpleaños. Acéptalo, por favor.
—De acuerdo ―acepto después de pensarlo unos
segundos. No quiero parecer una desagradecida rechazando un regalo―. Y ahora me
voy, necesito dormir.
Me levanto para irme, y al llegar a la puerta oigo
que me dice:
—Estás un poco… borracha. No te marches sola a casa.
—No papá —digo sarcástica—. Me voy con Pedro.
Cuando salgo al bar encuentro a Pedro y a Rocío
comiéndose la boca el uno al otro apasionadamente.
Ya sospechaba yo que entre estos dos había rollo,
carraspeo para llamar su atención.
—¡Me voy chicos, que estoy muerta!
—¡Espera, que te acerco a casa! —dice Pedro que se
dispone a coger su cazadora, pero se lo impido.
—No hace falta, estoy bien. ―Guiño un ojo a Rocío
que me mira con una mueca de tontorrona—. Mejor buscaros algún sitio antes de
que se enfríe la cosa. —Les beso en la mejilla a ambos y me voy.
Antes de salir por la puerta del bar a la calle,
oigo decir a Pedro:
—¡Feliz cumpleaños!
Sin darme la vuelta, levanto la mano y le saco el
dedo corazón en señal de confianza, ya que él mejor que nadie sabe, que no me
gusta que me feliciten.
—Gracias por la tarta —contesto.
Doy las buenas noches a los guardias de seguridad y
salgo.
Agradezco el frío de la madrugada, son las seis de
la mañana del veintiocho de febrero del dos mil quince, y está helando de tal
forma, que el frío se te mete hasta en los huesos.
Me abrocho mi viejo abrigo hasta arriba, acomodo la
bufanda para taparme bien y emprendo mi camino.
En pocos pasos llego a la plaza mayor que está al
lado, verla tan desierta y hermosa hace que me siente en uno de los bancos que
están repartidos por ella. Admiro su grandiosidad de estilo barroco como si
fuese una turista más, centrándome en las cuatro fachadas de tres pisos
sustentadas por ochenta y ocho arcos de medio punto. Observo los famosos
medallones labrados entre arco y arco con personajes unidos a la historia de la
ciudad. Recorro con la mirada toda la balconada hasta la fachada norte, en el
centro se erige la espadaña con sus tres campanas y cuatro esculturas
alegóricas que la culmina. El reloj bajo la campana central, y punto de
encuentro de todos los salmantinos, me sorprende con la hora que marca.
Llevo cuarenta y cinco minutos absorta mirando la
plaza. Pierdo la noción del tiempo cuando algo me embelesa tanto,
transmitiéndome esta sensación de tranquilidad. Su belleza y el resplandor
dorado que desprende la piedra de Villamayor, con la cual está construida,
unido a la iluminación y la noche estrellada, me dejan hipnotizada.
Siempre que puedo disfruto de esta soledad que me
trae una sensación de paz increíble, porque cuando salgo de este trance, la
realidad vuelve a ser perturbadora.
Las voces y risas de un grupo de gente hacen que
desconecte y me fije en ellos, es el grupo que tanto llamó la atención a Rocío.
Cuando se percatan de mi presencia, sus conversaciones cesan para convertirme
en su principal objetivo.
«¿Pero qué les pasa a los tíos? ¿Por qué son todos
iguales? Da igual que lleven traje, o no. ¡Son todos gilipollas!»
—¡Hola, guapa! Estás muy sola, ¿te hacemos compañía?
—dice el más bebido del grupo.
—No, gracias. Mejor sola que mal acompañada —suelto
las palabras y lo miro con cara de pocos amigos.
Han detenido el paso justo a mi lado.
—¡Vaya! Si la chica tiene carácter, es una
fierecilla. Yo podría domarte. —Se acerca más a mí, pero yo ni me inmuto.
—¡Ya está bien, Sebastián! Deja de incomodar a la
chica. —Le coge por el brazo uno de los amigos, a la vez que lo empuja para que
siga su camino.
Todos echan a andar olvidándose de mí, excepto el
que se cree un caballero por haberme salvado.
Es el que no me quitaba ojo en el bar. Lo observo a
la defensiva porque estos son los peores. A su amigo el bocazas le ves venir,
pero los que muestran buena cara, en cuanto te descuidas te la juegan. No
puedes bajar la guardia solo porque te traten bien.
—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte? Disculpa a mi amigo,
ha bebido demasiado y se le va la fuerza por la boca. Me llamo Fernando.
Pone su mano ante mí para que se la estreche, no lo
hago.
Lo observo durante unos segundos.
Es tan guapo como me había parecido, además tiene
algo que le hace seductor y carismático. Moreno con el cabello corto, ojos
castaños y facciones fuertes muy varoniles. Su abrigo negro tapa el traje con
corbata que llevaba en el bar, eso le hace estilizado. Calculo que medirá uno
ochenta, aunque puede que sea algo menos, sentada como estoy, no sabría decirlo
con exactitud.
—Encantada, pero me tengo que ir.
Me levanto y empiezo a caminar. No tengo ningún
interés en seguir la conversación.
¡Ya me conozco yo a los de su clase!
—No me dejes así, que mis amigos se han ido —dice
riéndose.
—¡Qué pena! Pregúntame si me importa…
Me vuelvo lo suficiente para verlo sin dejar de
caminar, y cuando mis labios dibujan una sonrisa que no debería estar ahí, la
escondo girándome de nuevo.
—Al menos dime tu nombre.
Levanta la voz, ya que cada vez me alejo más.
—No lo necesitas… ¡Hasta nunca! —contesto y acelero
el paso, mientras sigo sonriendo sin pretenderlo.
—¡Sí señor! Sebastián tiene razón, eres toda una
fierecilla —comenta en un tono de voz más bajo, pero lo suficientemente alto
para que pueda oírlo.
Capítulo 2
Frío es lo que siento.
Hace un frío horroroso en esta habitación, por
llamarla de alguna forma, realmente es un desván cochambroso que la arpía de la
casera alquila ilegalmente, y lo único que yo me puedo permitir.
Abro los ojos y me acurruco más en esta cama
destartalada, bajo las dos mantas que al estar dobladas podríamos decir que son
cuatro.
Recorro la habitación con la mirada. Este es mi
hogar, una estancia de treinta metros cuadrados en los que se haya todo lo que
poseo en la vida.
En la pared frente a la cama está mi improvisada
cocina, formada por: una placa con dos fuegos para poder cocinar que funciona
con bombona de butano, la compré de segunda mano a muy buen precio, unas cajas
de madera para transportar fruta sirven de mueble para sostenerla. La mini
nevera que está a su lado fue regalo del hotel donde trabajo, me gusta pensar
que es así, porque en realidad, las quitaron por estar anticuadas y yo me traje
una, no es que funcione muy bien, pero como no tengo mucho presupuesto para
comida me hace el servicio. El armario que está colgado sobre los
electrodomésticos lo encontramos junto a un contenedor de basura una noche.
Pedro me ayudó a subirlo, ya que son cuatro pisos sin ascensor, y después de
limpiarlo y barnizarlo quedó como nuevo, así que, me hace de alhacena para el
menaje y de despensa.
Siguiendo el cuadrado de la habitación, en la pared
de al lado, están mis tesoros más preciados; un tablero que abarca toda la
longitud sobre cuatro patas, hace de mesa para comer, de escritorio y de
cualquier función en la que se necesite una mesa, sobre este, están mis únicos
dos caprichos: una cafetera eléctrica y mi portátil, y debajo mis joyas, los
libros que me gustan leer y que he conseguido con mucho sacrificio. Sé que
necesitan un sitio mejor, que no merecen estar en el suelo bajo la mesa, pero
hasta ahora no ha sido posible. Me ocuparé de ello en cuanto me lo pueda
permitir.
La pared siguiente está compuesta por el mueble en
el que me hallo, no es una cama en realidad, sino un sofá que se abre para
hacer esa función, con más años de los que quiero saber. Aquí está la única
ventana de toda la habitación con vistas a un patio interior. El techo de este
lado cae inclinado, y lo aprovecho para poner el baúl que se encontraba en la
estancia cuando la alquilé, es lo que utilizo como armario.
Y la cuarta pared, la ocupa la puerta que da a un
mini servicio, en el que solo cabe un pequeño plato de ducha, el lavabo y el
váter. Un perchero y la puerta de la entrada, sin olvidar el sillón de
escritorio, completan mi hogar, mi vida y mis posesiones.
Me levanto dolorida por haber dormido poco y tiritar
de frío las escasas tres horas que he estado en la cama. Durante unos segundos
pienso en qué necesito primero, si un café o entrar en calor, ya que si
enciendo la cafetera, el mini calefactor de aire caliente y el termo del agua
al mismo tiempo, saltan los plomos de la luz.
Otro inconveniente de este lugar.
Me decido por la ducha, y sin pensarlo más, entro en
el baño, enchufo el calefactor, cierro la puerta y antes de que aquella
minúscula estancia se haya caldeado, me meto bajo el agua caliente.
Ha sido una ducha rápida, porque el termo no da para
más, pero suficiente para poder coger temperatura en mi cuerpo.
Pongo la cafetera en lo que me visto. Vaqueros,
calcetines gordos, camiseta, jersey de lana con cuello vuelto y las botas.
Necesito que el calor de mi piel se quede ahí, dentro de todas estas capas de
ropa.
Vuelvo al servicio y observo mi pálida y delgada
cara. No me considero ni guapa, ni fea, soy una chica del montón. Estatura
media estándar, demasiado delgada, aunque he estado aún más… Esa época no
quiero ni recordarla, si casi podría decir que ahora soy afortunada.
«No debo pensar en eso.»
Vuelvo a concentrarme en mi aseo, secando toda la
humedad que es posible de mi cabello. ―Necesito un corte de pelo, está
demasiado largo―. Le preguntaré a Rocío si puede cortármelo un día de estos.
Aún recuerdo la última vez, se empeñó en darme unas mechas y ahora llevo el
pelo a dos colores. Más que mechas fueron mechones, y como me ha crecido, pues
según ella llevo mechas californianas. La verdad, me da igual, no me preocupan
mucho estas cosas, aunque tengo que reconocer que no me quedan mal. Mi pelo cae
en cascada hasta casi la cintura, mitad castaño y mitad rubio, al estar capeado
y ser ondulado me da un aspecto muy retro e informal. Poseo los ojos de mi
padre, de un azul grisáceo demasiado grandes para mi cara, en mi opinión, pero
es lo que más llama la atención a todo el mundo. Mi tez morena y mis labios
carnosos se los debo a mi madre.
«Mi madre.»
«Mejor me centro en otra cosa o me pondré de mal
humor.»
Estoy preparándome el café, deseosa de darme un
chute de cafeína calentito, cuando llaman a la puerta. Sé quién es, no recibo
muchas visitas, de hecho, solo puede ser una persona, Pedro.
—Hola, Pedro. ¿No es muy pronto para ti? —le digo al
abrir.
Mi amigo tiene una sonrisa en la cara, y un paquete
de churros en las manos.
—O muy tarde, según se mire. —Entra y cierra la
puerta.
Lleva la ropa de la noche anterior, así que, no hay
que ser muy inteligente para suponer que todavía no ha ido por casa, aunque se
le ve fresco y muy contento. Una enorme sonrisa enmarca su cara, y sus ojos
verdes brillan más de lo habitual, aún conserva su pelo rubio engominado.
Hace mucho que no me fijaba tanto en él, pero tengo
que reconocer que se ha hecho todo un hombre, guapo y con buen cuerpo, que se
lo tiene bastante creído con las mujeres. Se dedica a hacer lo mismo que yo,
utilizar al sexo opuesto.
Por mi experiencia sé que el amor no existe, que
solo nos utilizamos mientras nos conviene, y en cuanto la cosa se pone seria o
se complica, salimos corriendo sin ninguna clase de remordimiento.
Espero equivocarme y que esta vez sea diferente para
Pedro y Rocío, no quiero ver lastimado a ninguno de los dos. Ambos son mis
amigos y los quiero mucho.
—¿Aún están calientes? —Miro con ansia los churros
de sus manos, mientras cojo otra taza para servirle café.
Desde que he abierto la puerta y me ha llegado el
olor a churrería, mis tripas no dejan de removerse inquietas. Y es que no me
había dado cuenta, pero anoche no cené y tengo un hambre atroz.
—Sí, y con mucho azúcar, como a ti te gusta. —Me
pasa esas delicias y se tiende en la cama—. Sam, aquí hace más frío que en la
calle, ¿cómo puedes vivir así? —dice tapándose con las mantas.
—Ya sabes por qué. Por cierto, no tengo leche,
tendrás que tomártelo solo. —Miro hacia donde se encuentra a reojo porque sé lo
que viene ahora.
—Lo suponía —dice entre dientes—, ni nada para
comer. No puedes seguir así, ganas lo suficiente con los dos trabajos para
poder permitirte mejor vida, si no cedieras al chantaje.
¡Pues ya lo dijo! Nuestra disputa diaria está a
punto de comenzar.
—No vamos a discutir eso de nuevo. No es un
chantaje, es mi hermana —suelto con voz cansada.
—Si fuera así, sabes que te apoyaría. ¡Pero espabila
de una vez, Sam! Ese dinero que le das no es para Yanira, es para sus vicios.
¡Te está manipulando!
Mi amigo se pone furioso cada vez que sale este
tema. Me conoce desde que empezamos la guardería, sabe las adversidades que he
tenido que pasar y sigo sufriendo, pero no entiende que, es lo que tengo que
hacer.
Mi hermana lo es todo, y tengo que protegerla
manteniéndome lo más cerca que pueda de ella, y si eso me supone tener que dar
todo el dinero que gano, lo haré.
—Lo sé, pero es la única manera.
Me acerco con los cafés y los churros, me siento a
su lado en la cama. Le paso su café y abro los churros sin demora, cojo uno y
me lo meto en la boca bajo su atenta mirada.
—¡Qué bueno! —exclamo de placer. Pedro se ríe al
oírme y sé que ese tema ha quedado zanjado por el momento—. ¿No me vas a contar
qué tal anoche? Aunque tu cara te delata.
—¿Anoche? ¡Más bien esta mañana! Y no, no te lo voy
a contar, porque ya sabes que no me gusta alardear de mis conquistas.
Se ha incorporado y ahora está sentado a mi lado,
tomándose el café y un churro que le acabo de pasar.
—¡Ja! Cuenta de una vez y no te hagas de rogar más.
Sigo dando buena cuenta de los churros.
—Una tigresa, Sam, Rocío es la bomba en la cama.
Se echa a reír.
—Esos detalles no me los cuentes —le interrumpo.
Golpeo mi hombro con el suyo para hacerlo callar.
—Es que lo que quieres oír no te lo voy a decir,
porque no hay nada de eso. Ha sido un gran polvo, que surgió y se acabó, no va
haber nada serio entre nosotros, ella lo sabe y está de acuerdo.
—Pues esa sonrisa en tu cara no dice lo mismo —le
replico para meterme con él.
—Lo que tú digas —dice resignado—. Se me olvidaba,
mi madre nos espera para comer, sabe que hoy no trabajas, así que no hay excusa.
—¡Genial! ¡Me encanta la comida de tu madre!
Sus palabras han sido irónicas, porque yo nunca digo
que no a una comida casera, y menos a la de Lucía, que tiene unas manos
privilegiadas para la cocina.
Lucía y Pablo son los padres de Pedro, me conocen
desde pequeña y conocen el drama de mi vida. Siempre han estado ahí para mí, y
me han echado una mano en todo lo que han podido, o han sabido, porque yo nunca
he aceptado limosnas y me alejé de ellos y de mi amigo cuando las cosas se
complicaron, para no involucrarlos. Saben que lo he pasado mal, pero no saben
los detalles escabrosos.
¡Mejor así! No quiero que sientan pena por mí.
Son una pareja muy peculiar, y la excepción que
confirma mi regla, ya que son la única pareja que conozco que ha celebrado su
veinticinco aniversario de boda y siguen demostrándose un amor infinito. El
cariño y respeto que se profesan son envidiables.
Pedro se independizó hace un año, alquiló un piso
con unos colegas de carrera y formaron su propia empresa. Lo hacen todo desde
casa, vivir y trabajar, es lo que tiene este tipo de trabajos, no necesitan un
local, todo se tramita por Internet.
Aunque Salamanca es pequeña, las visitas de mi amigo
a sus padres se limitan a los domingos, y no todos, es un poco dejado para esas
cosas, siempre antepone cualquier cosa sin importancia a dedicar un poco de
tiempo a sus padres, que se desviven por él. Pero, Pedro es así, sabe que es
amor de padres, y que siempre van a estar ahí para él. Debe ser bonito sentir
que alguien se preocupa por ti, y que cuentas con esas personas sobre todas las
cosas. Que el amor que sienten por ti lo puede todo.
Llegamos a comer a las tres menos cuarto, la hora de
comer los domingos es a las tres. Nos hemos pasado toda la mañana tirados en mi
sofá cama, con la manta encima hablando de todo, no le he contado nada de mi
encuentro con la panda de borrachos trajeados, ya que es algo muy común cuando
andas a esas horas por la calle, sé defenderme sola, no tiene ninguna
importancia.
Su madre nos espera en la entrada con el mandil
puesto y una sonrisa, que se agranda aún más al verme llegar con su hijo.
—¡Hola, chicos! —Nos recibe en la puerta dándonos un
beso—. Pasad, que tu padre os está esperando en el salón —le dice con una
palmadita en la espalda a su hijo.
Viven en un piso bastante céntrico, no es el centro,
pero llegas a la plaza en cinco minutos andando. Lucía lo tiene inmaculado y decorado
con muy buen gusto, no les sobra el dinero, pero se podría decir que viven
bien. La madre de Pedro siempre se ha dedicado a su casa, su marido y su hijo,
y su padre ha sido taxista toda la vida, pero ya está jubilado. Un amago de
infarto le hizo tomar la decisión de retirarse antes de cumplir la edad.
—¡Muchas felicidades! —dice la voz ronca de Pablo al
vernos aparecer por la puerta de la habitación donde nos espera.
—¡Gracias! —exclamo asombrada, al ver al hombre con
una tarta de chocolate en las manos y las velas encendidas para que las sople.
Ya no me acordaba de que mi cumpleaños fue ayer.
Pasado el impacto sonrío y soplo.
—No pensarías que lo íbamos a dejar pasar, ¿no? —me
dice Lucía mientras me abraza y felicita.
Mi amigo riéndose se ha tirado en el sofá, y observa
la escena.
—Gracias, de verdad, pero no teníais que haberos
molestado. Ya sabéis que… —Pablo me interrumpe cortándome a mitad de frase.
—No sabemos nada —dice guiñándome un ojo—. Lucía,
cariño, dale los regalos antes de comer.
—¡Ah…no! Eso ya es demasiado. No se os habrá
ocurrido…
Pedro, suelta una risotada desde su posición frente
al televisor por mi apuro.
—No sirve de nada lo que digas, Sam. ¡Por supuesto
que se les ha ocurrido! Así que limítate a aceptarlo, que eso les va a hacer
muy felices. —Mientras mi amigo me dice eso, su padre se ha acomodado a su lado
y su madre ha salido de la habitación.
Aparece unos segundos después con dos bolsas de
zara.
—¡Ah, no! Esto es demasiado —exclamo al verla.
—¡Ah, sí! Y sin el resguardo para que no puedas
cambiarlo —contesta mi amigo teatral—. Que nos conocemos, y eres capaz de
cambiarlo para coger algo a tu hermanita.
—Eso no es justo, yo no haría algo así.
Estoy mintiendo, porque sí lo haría, de hecho, lo
hice con el último regalo que me hicieron en navidades. Me muero de la
vergüenza como a Pedro le dé por comentarlo.
—Ábrelos, mi niña, a ver si te gusta —interrumpe su
madre ignorando nuestros comentarios.
Empiezo a desenvolver los paquetes y me quedo
sorprendida. Un vestido corto, recto, de manga francesa color vino, un abrigo
negro de paño muy moderno, y unas botas negras altas con tacón.
—Es un conjunto muy bonito, pero es demasiado
—suelto emocionada al ver las caras de felicidad de mis anfitriones—. ¡Muchas
gracias!
—Me alegro mucho que te guste, espero verte vestida
de chica, que siempre vas con esos pantalones, y las chicas deben llevar
faldas.
Lucía es un cielo, y ante esas palabras solo puedo
soltar una risotada y abrazarme a ella para besarla y agradecérselo.
—Que conste, que el regalo es de los tres, y como
responsable de mi parte, te pido que esta noche vayas a trabajar con ello ¡Los
volverás locos a todos! —me reta Pedro.
Sabe que mi vestuario no es muy amplio y que no
suelo arreglarme de esta manera, soy más de vaqueros y bota plana. Nunca he
podido permitirme darme esos caprichos, por ello soy feliz con mis vaqueros de
mercadillo. Pero esta noche se va a enterar, me arreglaré para que vea que sé
hacerlo.
—Bueno, ahora a comer. Poned la mesa que el asado ya
está.
Lucía me da unas palmaditas en la espalda y se
dirige a la cocina.
Yo recojo todo metiéndolo en las bolsas y me
dispongo a poner la mesa. He comido tantas veces con ellos que me encuentro
como en mi casa, qué digo mi casa, mejor.
La comida transcurre entre risas, bromas y
anécdotas. Muy casera y familiar, y es que Pedro y yo somos como hermanos,
siempre estamos picándonos, y sus padres disfrutan con esa actitud nuestra.
Siempre me preguntan por Yanira, mostrando un
interés y una preocupación verdadera, sin olvidar, su invitación para que la
traiga alguna vez. Hace mucho que no la ven, y no mienten cuando me hacen saber
que tienen muchas ganas de pasar un ratito con ella. Han sido pocas las
ocasiones que han compartido, pero Yanira se los ha ganado.
Capítulo 3
Entro en el pub
taconeando con mis botas nuevas y el conjunto que me han regalado. Me he pasado
casi toda la tarde arreglándome, y el resultado empiezo a verlo en las caras de
todos. Me he alisado el pelo y lo llevo suelto, me he pintado los ojos, los
labios y me he vestido como una chica, eso dice Lucía. No me encuentro muy
cómoda, echo de menos mis vaqueros, pero al ver la cara de todos con la boca
abierta me convenzo de que ha merecido la pena, solo por verles babear.
—¡Ole, ole, ole! —chilla Pedro al verme—. ¡Esta es mi
chica!
—¡Estás guapísima! ¿Con quién has quedado, zorra?
—me pregunta Rocío emocionada.
—Samara, ¿eres tú? —Marcos, desde la cabina de
pinchadiscos tiene cara de no creerse lo que ve—. Estás tan buena, que no sé si
darte la noche libre para celebrar esa buena cara.
—¡Basta, ya! ¿Es qué no me puedo arreglar sin que
sea un acontecimiento? —suelto como si fuera lo más normal del mundo,
quitándome el abrigo mientras me dirijo al almacén para dejar mis cosas.
Oigo algunos silbidos a mi espalda y sonrío. Es agradable
que te regalen los oídos de vez en cuando, y más si esos halagos vienen de la
gente que aprecias.
La noche transcurre con normalidad, hoy es domingo y
hay menos afluencia de gente, eso hace que estemos más relajados y puedas
entretenerte entre copa y copa a hablar con los clientes.
Estoy entretenida conversando con una pareja de
turistas sobre lo bonita que les ha resultado la ciudad, cuando oigo una voz
que sobresale de las demás. No me paro a mirar, porque viene del otro lado de
la barra donde está Rocío, ella se encargará de servir. Vuelvo a enfrascarme en
la conversación, animando a la pareja a visitar la sierra de Salamanca, que no
tiene desperdicio, aconsejándoles lugares y pueblos.
—¡Perdona, Sam! Pero el chico de la esquina quiere
que le sirvas tú. —Me sorprende mi compañera en mitad de la conversación.
—¿Qué? —contesto. ¿De qué me habla?
—El tío bueno que está en la esquina, quiere que le
atiendas tú —repite Rocío—. Aquel moreno cachas con jersey azul, que te mira
como si quisiera devorarte… Me ha dicho que te prefería a ti porque ya te
conoce, y es una pena que no sea a mí a quién reclame, porque no dudaría en
lanzarme sobre él y…
—¡Vale, vale! Ya lo capto —la corto antes de que me
describa algo que no quiero oír.
Me fijo en el individuo que tiene tan embelesada a
mi amiga y enseguida me percato de quién es.
«El caballero andante que espanta a sus amigos
borrachos para que no me digan barbaridades.»
¡Vaya, Vaya! ¡Qué casualidad!
Este no se dio por enterado ayer de que no tiene
nada que hacer conmigo.
—¿Te puedo ayudar en algo? —pregunto al llegar a su
altura con la mejor de mis sonrisas.
Me haré la boba y representaré el papel de no
acordarme de él.
—¡Hola, Sara! Como ves, ya sé tu nombre. —Lo dice
tan convencido que estoy a punto de soltar una carcajada en su cara, pero me
contengo.
Estoy segura de que Rocío le ha dicho mal el nombre
apropósito.
—Creo que te estás confundiendo, no me llamo Sara.
Me inclino un poco sobre la barra para que me oiga
bien.
—¿No? ¿Querrás decírmelo hoy? —pregunta seductor.
—¿Necesitas saberlo para tomarte una copa? —le
pregunto burlona. Este intercambio de palabras cada vez me hace más gracia—.
¿Qué quieres tomar?
—Lo que quieras, si te tomas tú algo conmigo —me
susurra seductor.
«Confirmado, ha venido a ligar.»
—Te vuelves a equivocar. Yo estoy aquí trabajando,
no ligando contigo. Si quieres tomarte algo, bien, si no es mejor que me dejes
atender a otros clientes que están esperando.
—No te enfades, que hoy estás muy guapa. Tienes
razón, ¿me pones una cerveza?
—Para eso estamos —contesto y abro la cámara
frigorífica que está a mi lado para sacar la cerveza.
Cumplido mi trabajo vuelvo al otro extremo de la
barra sin comentar nada más.
La noche va avanzando y no vuelvo a cruzar la
palabra con él. Sé que me observa, noto su mirada en cada movimiento que
realizo. Esta clase de actitud suele molestarme bastante, aunque esta vez y no
sé por qué, más que molestarme me divierte.
Durante un rato el local empieza a llenarse y ya no
tengo tiempo para seguir jugando con, ¿Fernando?, creo que es así como dijo que
se llamaba. Pasado el momento de la aglomeración miró hacia su posición.
No está, se ha ido.
Me siento un poco decepcionada, después de como lo
he tratado es normal que se haya ido. ¿No era eso lo qué pretendía? ¿Espantarlo?
Pues conseguido…
Me desentiendo de esos pensamientos y sigo a lo mío.
Aunque los domingos cerramos más temprano, a mí se
me hace la noche eterna. Estoy cansada y necesito dormir, mañana será un día
duro, tengo que trabajar en el hotel muy temprano y no me va a dar tiempo a
descansar más de tres horas, a lo sumo cuatro.
Intento no entretenerme con mis amigos concluido el
trabajo, me despido apresuradamente y salgo taconeando a la fría noche.
Mi sorpresa es monumental cuando veo al tal Fernando
apoyado sobre una moto, con los pies cruzados y las manos metidas en su
cazadora de cuero.
¿Me está esperando?
Paso delante de él con la intención de seguir mi
camino sin prestarle atención, pero me detiene.
—¿Te llevo a algún sitio? —pregunta en tono chulesco
sin moverse de su posición.
—No —contesto sorprendida.
«¿Pero este se ha creído que yo me voy con
cualquiera?»
—Me lo imaginaba. —Saca las manos de los bolsillos,
descruza los pies, coge el casco y se coloca a horcajadas en la moto.
Yo lo miro atónita, ¿qué es lo que pretende?
—¿Te acompaño, entonces? —Ese tonito de chulito
creído me está sacando de mis casillas.
—Por supuesto que no, ¿no te das cuenta de que te
estoy dando boleto?
—Me estaba haciendo una idea, pero…
—¡Sam, espera! —Oigo como mi amigo Pedro grita
mientras sale acelerado de pub—. Me
voy contigo.
—Así que, ¿te llamas Sam? ¿Es tu novio? —pregunta
divertido el caballero andante.
Se pone el casco y desaparece dejándome con la
palabra en la boca.
—¡Pero será cretino! —exclamo en voz alta, frustrada
por no poder contestarle lo que se me ha quedado en la punta de la lengua.
—¿Quién era ese? —me pregunta Pedro cuando llega
hasta mí.
—Nadie que merezca que lo nombre.
—¿Seguro? —Me mira dudoso al oír mi contestación.
—¡Seguro! Vámonos que mañana tengo que madrugar.
¿QUERÉIS LEER MÁS? DEJO ENLACE DE COMPRA, DISPONIBLE EN AMAZON TANTO EN DIGITAL, COMO EN PAPEL.
ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO
¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!
1 comentario:
Que buena pinta tiene!!!
Estoy deseando leerlo entero.
Publicar un comentario